martes, febrero 08, 2011

Trencito de año nuevo

La Masa invitó a L a pasar el Año Nuevo y a quedarse hasta el domingo en su casa de Pablo Nogués. Ya consideraba a L como su mejor amigo y quería que pasaran el Fin de Año juntos; tanto sus hermanos como su mujer y sus hijos (que ya lo llamaban tío) lo consideraban de la familia. La propuesta de La Masa era que, una vez disipada la resaca por los festejos, practicaran un poco de lucha. El lugar de entrenamiento era un galponcito al fondo, equipado con aparatos, mancuernas, colchonetas y ventilador de techo.

 “Este es mi gimnasio, ponete cómodo. Trabo la puerta, así no entran a joder los pibes”, dijo LM y se sacó el jogging; abajo tenía un short de lycra. L veía por primera vez el bulto de su compañero de trabajo, que era todavía más dotado que él. “¿No tenés ropa más cómoda?”, preguntó La Masa. “¿Vos decís que me saque las bermudas y me quede en slip?”, preguntó L, confundido. “¡Claro! Tranquilo, macho, que vamos solamente a luchar”, dijo La Masa.

 L estuvo excitado durante todo el tiempo que duró el forcejeo. La Masa era como los hombres que se representaba mentalmente para pajearse, y ahora estaban los dos solos, cuerpo contra cuerpo, sometiéndose sobre una colchoneta... Estaba distraído pensando en esto cuando La Masa se le sentó en la cara, que quedó inmovilizada entre su culo y la colchoneta, lo agarró de las piernas y lo trabó haciendo palanca. L aguantó lo más que pudo para disfrutar de ese momento que, sin darse cuenta, tanto había ansiado, hasta que sintió que se ahogaba y golpeó varias veces la colchoneta para darse por vencido. “Bien, macho. Aguantaste muy bien. Con un poco más de entrenamiento vamos a estar más parejos. Vamos a la cocina a buscar algo para tomar”, dijo La Masa, emocionado porque había encontrado un compinche como hacía tiempo no encontraba desde que el sida se llevó a su mejor amigo en la adolescencia.

 Cuando llegaron a la cocina, La Loba y V, la mujer de La Masa, estaban besándose. “¡Qué rápido acabaron! –dijo en joda La Loba–. Acérquense, Q ya se llevó a los chicos a pasear.” La Masa tomó de la cintura por atrás a su mujer, y ella se inclinó a chuparle la pija a La Loba. L los miraba paralizado, no entendía nada; perturbado, repasó mentalmente la situación: LM decía que era hétero, pero acababa de asfixiarlo con su orto; V, hasta ahora, no había sido más que una madre de familia; La Loba, hermana travesti de LM, le había chupado la pija magistralmente una vez y, según le había dicho, era seropositiva. Los tres le estaban proponiendo enfiestarse. Si La Loba era seropositiva y lo estaban invitando a él... ¿estaba todo bien?, ¿habría sido todo planeado? Había oído hablar de incesto, y no le parecía tan raro que entre dos hermanos se cogieran una mina, pero en este caso la mina era la esposa y madre de dos hijos, enfiestada con el marido y su hermana, hermana con pija... “¿Qué pasa, L? ¿Vas a venir?”, insistió La Masa. L, enroscado en sus pensamientos, había perdido la excitación. “Mmmm, me tienta, pero no sé... estoy inhibido –dijo–. Mejor antes me voy a servir un whisky y a fumar un caño.”

miércoles, febrero 02, 2011

Año nuevo, gota y hepatitis

 Desde hace un par de semanas alquilo un cuarto en lo de mi amigo J. De todos los departamentos donde viví, éste es sin dudas el más lindo: amplísimo, con vitrales en algunas de las ventanas y hermosas boisseries, situado en el pasaje más parisino del barrio San Nicolás. Me mudé en plena época navideña, así que la decoración del lujoso palier tiene más lazos rojos que en el Día Internacional de Lucha contra el Sida. Un excelente comienzo para el 2011, pensé, después de varios años de peregrinaje por distintas casas, encontré un remanso. Sumido estaba en estos pensamientos mientras desayunaba en el comedor, cuando mi amigo J apareció con expresión pálida y goyesca: “Tengo hepatitis”, anunció. No puedo negar que se me atragantó el mate, pero pronto recuperé la calma; la experiencia que adquirí combatiendo mis propias enfermedades, sobre todo desde que me enteré (¡hace ya veinte años!) de que soy seropositivo, me hizo perderles el miedo, aunque no el respeto. J me contó los pormenores de su consulta con el médico, le contó que compartía el departamento con un seropositivo para ver si debíamos tomar alguna precaución extra. “Las medidas de prevención son las mismas para todos, pero ya que estamos, también te podés hacer vos el test de HIV.”
 Nos pusimos a pensar qué medidas tomar: lavado de manos, toallitas descartables con lavandina para repasar canillas, manijas, teléfono y portero eléctrico; un desinfectante con cuello de cisne para el inodoro (producto aportado por M, nuestro otro compañero de casa), ya que una de las vías de contagio, además de la saliva, son las heces; cada uno con su vaso, su plato y sus cubiertos (difícil ser constante; si nos olvidamos, sumergimos toda la vajilla en agua con lavandina). Me ofrecí para hacer las compras y cocinar, de paso me sumo a la dieta sana. Mientras armábamos este plan de acción, sentí un pinchazo en el pie. ¡Gota! Desde hace años vengo luchando por mantener a raya los niveles de ácido úrico, pero la seguidilla de brindis por el fin de año (exceso de fiambres y alcohol) decantó en mis extremidades inferiores. ¡La dieta se impone!, sobre todo muchas verduras al vapor y frutas; sopas, arroz, fideos; nada de grasas ni alcohol. P, el novio de J, ya tuvo hepatitis y aportó su experiencia, trajo salvado de avena y nos comunicó que los lácteos también quedan afuera.
 Se acerca el 31 y J propuso que la pasemos juntos; vendrán también su novio y nuestra amiga S. Las perspectivas del menú festivo no son muy alentadoras: ¿sopa?, ¿zanahorias al curry?, ¿verduras grilladas?, ¿pescado? Seguimos pensando. Muy poco habitual en mí, hoy me desperté a las seis de la mañana y, desvelado por las posibilidades, no me pude volver a dormir. ¿Sushi? Hoy me toca a mí informarle las novedades a mi médico, así que le preguntaré. El 2011 en mi nuevo hogar nos encuentra hermanados por la dieta y, ya que estamos, no nos olvidemos de la hermandad latinoamericana. ¡Feliz Año Nuevo!

Trampas y trampas

Desde hace varios días, cuando T llega del trabajo encuentra a P durmiendo. La última vez que cogieron fue hace dos semanas. Malhumor de T, desconcierto de P, que no sabe cómo manejar la situación que se disparó desde que empezó a buscar bareback a espaldas de su pareja.
 Un lunes de mierda. T sale del trabajo, viaja compactado en un vagón de subte, llega a su casa y, una vez más, P no lo está esperando. “¿Qué le pasa a este pibe?”, se pregunta mientras prepara el mate y se mete en Facebook. Todavía siguen los comentarios de sus amigos sobre los hechos violentos y la muerte de tres personas en el Parque Indoamericano; escucha una vez más las declaraciones xenofóbicas de Macri, se indigna y putea en voz alta: “¡Hijo de puta, mentiroso, inescrupuloso!”. Mientras P finge dormir, escucha los gritos de T. “Me descubrió —piensa—. Me olvidé de borrar el historial, seguro leyó mis mensajes... ¡la concha de la lora!” Aunque ya empezaron los días de calor, P no se saca la remera delante de T porque sigue con las tetillas lastimadas desde el encuentro con el francés. Sale de la cama decidido a enfrentar la situación, aunque todavía no sabe qué va a decir.
 “¡Buenas tardes! —lo saluda T sin poder cambiar la cara de culo—. ¡Qué vidurria la tuya!” “¡Cagamos!”, piensa P, mientras que T piensa, arrastrado por el enojo, cuándo laburará este pibe. “Diseñador de páginas web, ¡qué curro!” Según P, con diseñar un par de páginas al mes le alcanza para vivir, pero nunca lo vio laburando. “Ya que tenés tanto tiempo libre, podrías ordenar un poco. ¡Es un quilombo esta casa!”, dice T, y P esconde su sentimiento de culpa, lo mira como diciendo “no rompas las bolas” y respira hondo. “¿Renuevo el mate?”, pregunta. “Dale —contesta T y se queda un rato en silencio—. ¿Viste lo que están haciendo los conspiradores de siempre justo para fin de año? ¡Murieron tres personas!” Le gusta lo que acaba de decir y lo publica en Facebook. “Disculpame, mi amor, las noticias me ponen de mal humor y me la agarro con vos, no me hagas caso. Igual, ya que estamos, decime... ¿qué te pasa que últimamente te encuentro siempre durmiendo? Ya no me esperás con el mate, no me hacés masajes, no cogemos... ¿Tenés algún problema?” P se siente acorralado otra vez. Vacía la yerba en la basura, pone a calentar el agua... “No sé bien, estoy medio deprimido, pero no me preguntes por qué; no lo sé”, dice P con su mejor cara de perturbado y se pregunta cuánto tiempo más podrán seguir conviviendo así. Es verdad que está deprimido y no sabe por qué empezó, por qué la obstinación en salir a coger de trampa y sin forro. ¿Será que el HIV es una barrera que los separa, que quiere infectarse para sentirse más cerca de T y que así T deje de tener miedo de contagiarlo? ¿O será que se le pasó el amor? “Soy una mierda —piensa—, no puedo hacerle esto a T; lo único que quiere es cuidarme.” Está distraído, se le hirvió el agua del mate. Vacía un poco la pava, agrega agua fría y la vuelve a poner en la hornalla.