viernes, junio 04, 2010

La enseña que Belgrano no legó (Bicentenario apócrifo)


En los escritos personales de Manuel Belgrano, hallados recientemente en la ciudad de Rosario, se encuentran referencias a Celestino, un adolescente transexual indio, adoptado por Belgrano y del que hasta hoy se desconocía su existencia. Personaje clave en las relaciones diplomáticas con los grupos indígenas que unirían sus fuerzas a las del Ejército del Norte en 1813, tuvo, además, un rol protagónico en la creación de una bandera argentina que no pudo ser y que sin embargo es.

Celestino, cuyo nombre de niña abipona no figura en estos escritos, tenía 16 años cuando llegó a la ciudad de Rosario en una barca, por el río Paraná. Venía de una larga travesía por la selva, un “viaje iniciático”, dice Belgrano, durante el cual pudo sobrevivir gracias a la hospitalidad de otras tribus de la región. Huía de los suyos y de su trato tan cruel para con las mujeres, sobre todo del ritual que se practicaba con las niñas luego de su primera menstruación, ceremonia a la que hubiera tenido que someterse de no haber escapado. El Dr. Manuel Cracogna describe esta práctica en su libro La Colonia Nacional Pte. Avellaneda y su tiempo:

“Tan pronto como una niña llega a la edad de tomar estado, la obligan a tatuarse según la costumbre. Descansa su cabeza sobre el regazo de una mujer y es alfilereteada [sic] para ser embellecida. En vez de alfileres usan espinas, y en vez de pinturas usan sangre mezclada con cenizas. La operadora va pintando figuras, hundiendo sin piedad las espinas en las delicadas carnes, acompañando su tarea con insultos y burlas a la pobre niña cada vez que hace oír sus lamentos, sin alcanzar a soportar callada ese dolor interminable. El suplicio se repite cuatro o cinco días en que la resignada muchacha queda desfigurada hasta que se curan las numerosas heridas, agravadas, sin duda, por la toxicidad de las espinas.”

Belgrano, conmovido tanto por su fatal destino como por su temperamento alegre y amable, permitió al joven indio vivir junto a él y a su exiguo ejército como un soldado más; fue desde entonces su más fiel ayudante y confidente: “Celestino he decidido que llamaríamos en adelante a este joven en el nombre de Nuestro Señor, de quien siendo nuestra su obra, él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a su Divina Majestad y de ningún modo a hombre alguno”.

Al poco tiempo de llegar, Celestino, además de ser “un excelente soldado, servicial en todos nuestros menesteres”, demostró una capacidad extraordinaria para el dibujo, “el alma de las artes”, según Belgrano.

Una soleada tarde de 1912 en que Belgrano, Celestino y algunos soldados se recreaban a orillas del río Paraná, mientras el general les hablaba de su intención de crear una bandera nacional celeste y blanca, Celestino descubrió en el cielo un extraordinario arco iris. Sorprendidos, puesto que nunca habían visto tal fenómeno sin que lloviera, atribuyeron el milagro al joven indio, que inició un “emocionado discurso de inspiración divina”: habló de la paz, de los nuevos lazos que debían ser fomentados con los diferentes pueblos originarios por ser ellos también justos dueños de la tierra, de recuperar la dignidad para las mujeres y el respeto por la diversidad de sexos, que él mismo había conocido entre las personas que le habían dado hospitalidad durante su viaje. Era necesario que en la bandera estuvieran representados todos y cada uno de los seres que habitaban aquellas abundantes tierras, dijo Celestino. Por eso, entre las dos franjas celestes, en lugar del color blanco, el estandarte debía llevar los colores del arco iris.

Fue así que Belgrano confió a Celestino el diseño de nuestra insignia, enarbolada por primera vez a orillas del río Paraná el 27 de febrero de 1812. Pero, ¿cómo entenderían en Buenos Aires aquel milagro atribuido al joven indio y la consiguiente inclusión de tan estridentes colores en una bandera nacional? El Triunvirato reaccionó alarmado: dada la situación militar, era aconsejable declarar una vez más la soberanía del rey de España, de modo que Rivadavia le ordenó destruir la bandera. Sin embargo, Belgrano la conservó con la esperanza de poder vencer algún día la reticencia del Triunvirato.

Celestino murió en 1813, combatiendo en la batalla de Vilcapugio. En noviembre de ese mismo año, la bandera multicolor ideada por él sería rechazada nuevamente.

Belgrano, en sus memorias, le escribe unas palabras de despedida. “Caro Celestino, una vez más han despreciado el tan bello símbolo patrio que tras aquel milagro vislumbraste a orillas del río Paraná. Será nuestro consuelo que es el blanco la síntesis de los siete colores del arco iris, que en ella estarán siempre. Quiera la Patria que algún día quienes contemplan la enseña albiceleste, vuelvan a ver en ella los espléndidos colores de la diversidad.”

Sucundum sucundum

Lo sé por experiencia: la palabra “pija” en la tapa de un libro obnubila a algunos lectores; y si en el primer capítulo hay sexo explícito, mucho más: algunos dejarán de leerlo con el argumento de que se trata de pura pornografía, como si el sexo o la pija no merecieran un lugar destacado en la literatura; otros, en cambio, avanzarán con la lectura ávidos de momentos calientes y tal vez se sentirán decepcionados cuando descubran que no se trata sólo de correrías sexuales. Mar de pijas es la primera novela de Alejandro Quesada, marplatense nacido en 1974, guionista de televisión. Su narrador es ELDELOSRULOS AMARILLOS, que tras la muerte de la “abuelagorda” que lo crió y con quien vivían juntos, entra al chat, se morbosea, coge y se pajea en todos los rincones de la casa paterna donde quedó viviendo solo: “Por primera vez salgo moviéndola por la casa. Está bien parada. Señala todo: a la muñeca y a sus caniches de porcelana, al gato, a los portarretratos con las fotos de la familia. [...] Si ella sólo hubiera salido a hacer los mandados, yo no me atrevería a tanto”. ELDELOSRULOS... trabaja de mozo en el Cristóbal, donde no gana mucho: la diferencia la hace cogiéndose a pescadores en el puerto. Vive alzado, conoce por la pija a todos sus amigos surfers, y la lista de partenaires sexuales crece día a día: ELDELAMANCHA, ELMUSCULOSOTATUADODELASTILLERO, ELFLACODELINTERIOR, ELTUERTODELPUERTO.

Como contrapunto al desenfreno sexual, MDP nos muestra también una serie de postales de Mar del Plata, tristes, grises, ventosas: en esta novela rara vez brilla el sol. El protagonista vive una racha de pérdidas: además de la muerte de la abuela, su tabla de surf se parte al medio durante una maniobra en la que casi se ahoga, más tarde le roban la bicicleta que dejó en la calle sin candado mientras cogía con un amigo.

Se enamora de él LADELOSRULOSCOLORADOS, que sin demasiadas chances intenta conquistarlo. Ella se levantaba todas las mañanas a las cinco para ir a trabajar a la fábrica del puerto como filetera, hasta que enfermó: “Al principio no quería usar el barbijo, pero la obligaron cuando su tos se volvió constante. Debajo del delantal blanco se abrigaba amontonando poleras de todos los colores; sin embargo, el frío le penetró los pulmones”.

El hilo conductor hace honor al título: las pijas son catalogadas a lo largo de toda la novela desde una perspectiva marítima: plancton, cornalito, nudo marinero y marea roja, entre otras; y los capítulos lo refuerzan parodiando títulos de la literatura universal: “Don Pijote de la Mancha”, “En busca del miembro perdido” o “San Manoteador Gaviota”. Este último recurso es tal vez el menos logrado de la novela, por distanciarnos e interrumpir el sueño vívido en que nos sumerge por momentos MDP, una historia bien escrita, auténtica, contada con sensibilidad, donde coinciden y se enriquecen el erotismo y el dolor, el prosaísmo y la poesía.