La Masa invitó a L a pasar el Año Nuevo y a quedarse hasta el domingo en su casa de Pablo Nogués. Ya consideraba a L como su mejor amigo y quería que pasaran el Fin de Año juntos; tanto sus hermanos como su mujer y sus hijos (que ya lo llamaban tío) lo consideraban de la familia. La propuesta de La Masa era que, una vez disipada la resaca por los festejos, practicaran un poco de lucha. El lugar de entrenamiento era un galponcito al fondo, equipado con aparatos, mancuernas, colchonetas y ventilador de techo.
“Este es mi gimnasio, ponete cómodo. Trabo la puerta, así no entran a joder los pibes”, dijo LM y se sacó el jogging; abajo tenía un short de lycra. L veía por primera vez el bulto de su compañero de trabajo, que era todavía más dotado que él. “¿No tenés ropa más cómoda?”, preguntó La Masa. “¿Vos decís que me saque las bermudas y me quede en slip?”, preguntó L, confundido. “¡Claro! Tranquilo, macho, que vamos solamente a luchar”, dijo La Masa.
L estuvo excitado durante todo el tiempo que duró el forcejeo. La Masa era como los hombres que se representaba mentalmente para pajearse, y ahora estaban los dos solos, cuerpo contra cuerpo, sometiéndose sobre una colchoneta... Estaba distraído pensando en esto cuando La Masa se le sentó en la cara, que quedó inmovilizada entre su culo y la colchoneta, lo agarró de las piernas y lo trabó haciendo palanca. L aguantó lo más que pudo para disfrutar de ese momento que, sin darse cuenta, tanto había ansiado, hasta que sintió que se ahogaba y golpeó varias veces la colchoneta para darse por vencido. “Bien, macho. Aguantaste muy bien. Con un poco más de entrenamiento vamos a estar más parejos. Vamos a la cocina a buscar algo para tomar”, dijo La Masa, emocionado porque había encontrado un compinche como hacía tiempo no encontraba desde que el sida se llevó a su mejor amigo en la adolescencia.
Cuando llegaron a la cocina, La Loba y V, la mujer de La Masa, estaban besándose. “¡Qué rápido acabaron! –dijo en joda La Loba–. Acérquense, Q ya se llevó a los chicos a pasear.” La Masa tomó de la cintura por atrás a su mujer, y ella se inclinó a chuparle la pija a La Loba. L los miraba paralizado, no entendía nada; perturbado, repasó mentalmente la situación: LM decía que era hétero, pero acababa de asfixiarlo con su orto; V, hasta ahora, no había sido más que una madre de familia; La Loba, hermana travesti de LM, le había chupado la pija magistralmente una vez y, según le había dicho, era seropositiva. Los tres le estaban proponiendo enfiestarse. Si La Loba era seropositiva y lo estaban invitando a él... ¿estaba todo bien?, ¿habría sido todo planeado? Había oído hablar de incesto, y no le parecía tan raro que entre dos hermanos se cogieran una mina, pero en este caso la mina era la esposa y madre de dos hijos, enfiestada con el marido y su hermana, hermana con pija... “¿Qué pasa, L? ¿Vas a venir?”, insistió La Masa. L, enroscado en sus pensamientos, había perdido la excitación. “Mmmm, me tienta, pero no sé... estoy inhibido –dijo–. Mejor antes me voy a servir un whisky y a fumar un caño.”