martes, octubre 02, 2012

Un año sin amor



Ya está disponible Amazon reedición en e-book de Un año sin amor, por  Blatt&Ríos


 
"Un año sin amor" fue escrita entre 1996 y 1997. El aferrarse a la escritura como condición para combatir el HIV, la práctica de sexo sadomasoquista, el refugio en la amistad y el afán de novelar una vida son ingredientes de una de las mejores novelas de la década del 90 en Argentina.

Esta segunda edición incluye un Apéndice que recoge tres fotos de la época en que fue concebida la novela (una de ellas de Alberto Goldenstein), una entrevista hasta ahora inédita que María Esther Gilio le hizo a Pablo Pérez en 2001, y que iba a ser publicada en el diario "Página/12", y la obra de Chiachio & Giannone cuyo detalle ilustra la portada.

viernes, marzo 02, 2012

Secretos entre amigos

L no pudo dormir en toda la noche, escuchando el tic-tac del reloj que daba ritmo a su cantinela “Qué boludo fui, tic tac tic tac, tendría que haber cogido con ellos cuando me invitaron, tic tac tic tac, estuve mal con La Masa, no tendría que haberle dicho impotente, tic tac tic tac tic tac...” De tantas vueltas que dio, la cama estaba deshecha, las sábanas en el piso, las almohadas transpiradas y con las fundas salidas. Se levantó, caminó en penumbras hasta la cocina, se preparó una leche tibia y se sentó a tomarla en el balcón, al lado de la planta de marihuana que le había regalado La Masa. Le había tomado cariño, la regaba todos los días y le conversaba, era la primera vez que tenía a alguien a su cuidado, alguien y no algo, se decía, porque aquella planta parecía escuchar sus confesiones: desde que se enteró de que era portador de HIV sentía haber pasado a una dimensión donde todo era nuevo: había fumado su primer porro; había curtido con una travesti y le había gustado, sobre todo verse a sí mismo vestido de mujer; también sentía que se estaba enamorando de un heterosexual casado, bueno, heterosexual al menos hasta donde sabía, porque aunque La Masa creyera que no era gay, fue notoria su erección cuando pelearon cuerpo a cuerpo revolcados en el pasto; por último, V, la mujer de su amigo: L hasta ahora nunca había estado con una mujer, pero si a La Masa se le pasaba el enojo y hubiera otra oportunidad de enfiestarse, lo intentaría también, ¿por qué no? Si cogía con hombres, travestis y mujeres, ¿era trisexual?” ¡¿Y vos qué decís, plantita?! L se reía solo cuando sonó el despertador como festejándole el chiste. “¡Hora de ir a laburar!” se dijo L.
Llegó a la oficina dormido. La Masa, que custodiaba firme la entrada, se hizo el sota y no le respondió el saludo. Tal vez estaba ofendido o avergonzado por la erección que había tenido con L, después de que no se le parara con su mujer. Esta vez L se excitó con solo verlo, porque ahora sabía toda la belleza que escondía bajo el uniforme. “Ya se le va a pasar”, pensó. Fue hasta su sección, bajo el imperio de la Sargenta, que esta vez lo saludó con una amabilidad que le desconocía. “¡Hola, querido!, ¿cómo estás?” Nunca la había escuchado llamar “querido” a nadie. La seguidilla de saludos inesperados siguió; hasta el cajero, con el que nunca hablaba, cuando se cruzaron en el baño, le preguntó “¿Cómo estás, man?”. L empezó a preocuparse. El cambio de actitud de sus compañeros lo intrigaba, y a medida que avanzaba la jornada, estampando sello tras sello, iba alimentando la idea de que La Masa, con lo bocón que era, hubiera tomado revancha ventilando en la oficina que L era seropositivo. Se había equivocado al confiar en La Masa. El ruido de los sellos se volvía cada vez más violento, ¡pum, pum, pum! “¡Hijo de puta!”, mascullaba, y pensaba en cómo devolverle el golpe donde más le doliera.

Taller de Cuento

Producción, lectura y crítica de cuentos
El próximo 5 de marzo a las 19 hs arrancamos con el Taller de Cuento 2012, en la Fundación Descartes, Billinghurst y Tucumán.
Todos los lunes de 19.00 a 21.30 hs.
Para más información escribir a pabloantonioperez@hotmail.com
Vacantes limitadas.

viernes, febrero 03, 2012

Una pija más

La Masa invitó a L a pasar el Año Nuevo y a quedarse hasta el domingo en su casa de Pablo Nogués. Ya consideraba a L como su mejor amigo y quería que pasaran el Fin de Año juntos; tanto sus hermanos como su mujer y sus hijos (que ya lo llamaban tío) lo consideraban de la familia. La propuesta de La Masa era que, una vez disipada la resaca por los festejos, practicaran un poco de lucha. El lugar de entrenamiento era un galponcito al fondo, equipado con aparatos, mancuernas, colchonetas y ventilador de techo.
“Este es mi gimnasio, ponete cómodo. Trabo la puerta, así no entran a joder los pibes”, dijo LM y se sacó el jogging; abajo tenía un short de lycra. L veía por primera vez el bulto de su compañero de trabajo, que era todavía más dotado que él. “¿No tenés ropa más cómoda?”, preguntó La Masa. “¿Vos decís que me saque las bermudas y me quede en slip?”, preguntó L, confundido. “¡Claro! Tranquilo, macho, que vamos solamente a luchar”, dijo La Masa.
L estuvo excitado durante todo el tiempo que duró el forcejeo. La Masa era como los hombres que se representaba mentalmente para pajearse, y ahora estaban los dos solos, cuerpo contra cuerpo, sometiéndose sobre una colchoneta... Estaba distraído pensando en esto cuando La Masa se le sentó en la cara, que quedó inmovilizada entre su culo y la colchoneta, lo agarró de las piernas y lo trabó haciendo palanca. L aguantó lo más que pudo para disfrutar de ese momento que, sin darse cuenta, tanto había ansiado, hasta que sintió que se ahogaba y golpeó varias veces la colchoneta para darse por vencido. “Bien, macho. Aguantaste muy bien. Con un poco más de entrenamiento vamos a estar más parejos. Vamos a la cocina a buscar algo para tomar”, dijo La Masa, emocionado porque había encontrado un compinche como hacía tiempo no encontraba desde que el sida se llevó a su mejor amigo en la adolescencia.
Cuando llegaron a la cocina, La Loba y V, la mujer de La Masa, estaban besándose. “¡Qué rápido acabaron! –dijo en joda La Loba–. Acérquense, Q ya se llevó a los chicos a pasear.” La Masa tomó de la cintura por atrás a su mujer, y ella se inclinó a chuparle la pija a La Loba. L los miraba paralizado, no entendía nada; perturbado, repasó mentalmente la situación: LM decía que era hétero, pero acababa de asfixiarlo con su orto; V, hasta ahora, no había sido más que una madre de familia; La Loba, hermana travesti de LM, le había chupado la pija magistralmente una vez y, según le había dicho, era seropositiva. Los tres le estaban proponiendo enfiestarse. Si La Loba era seropositiva y lo estaban invitando a él... ¿estaba todo bien?, ¿habría sido todo planeado? Había oído hablar de incesto, y no le parecía tan raro que entre dos hermanos se cogieran una mina, pero en este caso la mina era la esposa y madre de dos hijos, enfiestada con el marido y su hermana, hermana con pija... “¿Qué pasa, L? ¿Vas a venir?”, insistió La Masa. L, enroscado en sus pensamientos, había perdido la excitación. “Mmmm, me tienta, pero no sé... estoy inhibido –dijo–. Mejor antes me voy a servir un whisky y a fumar un caño.”

martes, febrero 08, 2011

Trencito de año nuevo

La Masa invitó a L a pasar el Año Nuevo y a quedarse hasta el domingo en su casa de Pablo Nogués. Ya consideraba a L como su mejor amigo y quería que pasaran el Fin de Año juntos; tanto sus hermanos como su mujer y sus hijos (que ya lo llamaban tío) lo consideraban de la familia. La propuesta de La Masa era que, una vez disipada la resaca por los festejos, practicaran un poco de lucha. El lugar de entrenamiento era un galponcito al fondo, equipado con aparatos, mancuernas, colchonetas y ventilador de techo.

 “Este es mi gimnasio, ponete cómodo. Trabo la puerta, así no entran a joder los pibes”, dijo LM y se sacó el jogging; abajo tenía un short de lycra. L veía por primera vez el bulto de su compañero de trabajo, que era todavía más dotado que él. “¿No tenés ropa más cómoda?”, preguntó La Masa. “¿Vos decís que me saque las bermudas y me quede en slip?”, preguntó L, confundido. “¡Claro! Tranquilo, macho, que vamos solamente a luchar”, dijo La Masa.

 L estuvo excitado durante todo el tiempo que duró el forcejeo. La Masa era como los hombres que se representaba mentalmente para pajearse, y ahora estaban los dos solos, cuerpo contra cuerpo, sometiéndose sobre una colchoneta... Estaba distraído pensando en esto cuando La Masa se le sentó en la cara, que quedó inmovilizada entre su culo y la colchoneta, lo agarró de las piernas y lo trabó haciendo palanca. L aguantó lo más que pudo para disfrutar de ese momento que, sin darse cuenta, tanto había ansiado, hasta que sintió que se ahogaba y golpeó varias veces la colchoneta para darse por vencido. “Bien, macho. Aguantaste muy bien. Con un poco más de entrenamiento vamos a estar más parejos. Vamos a la cocina a buscar algo para tomar”, dijo La Masa, emocionado porque había encontrado un compinche como hacía tiempo no encontraba desde que el sida se llevó a su mejor amigo en la adolescencia.

 Cuando llegaron a la cocina, La Loba y V, la mujer de La Masa, estaban besándose. “¡Qué rápido acabaron! –dijo en joda La Loba–. Acérquense, Q ya se llevó a los chicos a pasear.” La Masa tomó de la cintura por atrás a su mujer, y ella se inclinó a chuparle la pija a La Loba. L los miraba paralizado, no entendía nada; perturbado, repasó mentalmente la situación: LM decía que era hétero, pero acababa de asfixiarlo con su orto; V, hasta ahora, no había sido más que una madre de familia; La Loba, hermana travesti de LM, le había chupado la pija magistralmente una vez y, según le había dicho, era seropositiva. Los tres le estaban proponiendo enfiestarse. Si La Loba era seropositiva y lo estaban invitando a él... ¿estaba todo bien?, ¿habría sido todo planeado? Había oído hablar de incesto, y no le parecía tan raro que entre dos hermanos se cogieran una mina, pero en este caso la mina era la esposa y madre de dos hijos, enfiestada con el marido y su hermana, hermana con pija... “¿Qué pasa, L? ¿Vas a venir?”, insistió La Masa. L, enroscado en sus pensamientos, había perdido la excitación. “Mmmm, me tienta, pero no sé... estoy inhibido –dijo–. Mejor antes me voy a servir un whisky y a fumar un caño.”

miércoles, febrero 02, 2011

Año nuevo, gota y hepatitis

 Desde hace un par de semanas alquilo un cuarto en lo de mi amigo J. De todos los departamentos donde viví, éste es sin dudas el más lindo: amplísimo, con vitrales en algunas de las ventanas y hermosas boisseries, situado en el pasaje más parisino del barrio San Nicolás. Me mudé en plena época navideña, así que la decoración del lujoso palier tiene más lazos rojos que en el Día Internacional de Lucha contra el Sida. Un excelente comienzo para el 2011, pensé, después de varios años de peregrinaje por distintas casas, encontré un remanso. Sumido estaba en estos pensamientos mientras desayunaba en el comedor, cuando mi amigo J apareció con expresión pálida y goyesca: “Tengo hepatitis”, anunció. No puedo negar que se me atragantó el mate, pero pronto recuperé la calma; la experiencia que adquirí combatiendo mis propias enfermedades, sobre todo desde que me enteré (¡hace ya veinte años!) de que soy seropositivo, me hizo perderles el miedo, aunque no el respeto. J me contó los pormenores de su consulta con el médico, le contó que compartía el departamento con un seropositivo para ver si debíamos tomar alguna precaución extra. “Las medidas de prevención son las mismas para todos, pero ya que estamos, también te podés hacer vos el test de HIV.”
 Nos pusimos a pensar qué medidas tomar: lavado de manos, toallitas descartables con lavandina para repasar canillas, manijas, teléfono y portero eléctrico; un desinfectante con cuello de cisne para el inodoro (producto aportado por M, nuestro otro compañero de casa), ya que una de las vías de contagio, además de la saliva, son las heces; cada uno con su vaso, su plato y sus cubiertos (difícil ser constante; si nos olvidamos, sumergimos toda la vajilla en agua con lavandina). Me ofrecí para hacer las compras y cocinar, de paso me sumo a la dieta sana. Mientras armábamos este plan de acción, sentí un pinchazo en el pie. ¡Gota! Desde hace años vengo luchando por mantener a raya los niveles de ácido úrico, pero la seguidilla de brindis por el fin de año (exceso de fiambres y alcohol) decantó en mis extremidades inferiores. ¡La dieta se impone!, sobre todo muchas verduras al vapor y frutas; sopas, arroz, fideos; nada de grasas ni alcohol. P, el novio de J, ya tuvo hepatitis y aportó su experiencia, trajo salvado de avena y nos comunicó que los lácteos también quedan afuera.
 Se acerca el 31 y J propuso que la pasemos juntos; vendrán también su novio y nuestra amiga S. Las perspectivas del menú festivo no son muy alentadoras: ¿sopa?, ¿zanahorias al curry?, ¿verduras grilladas?, ¿pescado? Seguimos pensando. Muy poco habitual en mí, hoy me desperté a las seis de la mañana y, desvelado por las posibilidades, no me pude volver a dormir. ¿Sushi? Hoy me toca a mí informarle las novedades a mi médico, así que le preguntaré. El 2011 en mi nuevo hogar nos encuentra hermanados por la dieta y, ya que estamos, no nos olvidemos de la hermandad latinoamericana. ¡Feliz Año Nuevo!

Trampas y trampas

Desde hace varios días, cuando T llega del trabajo encuentra a P durmiendo. La última vez que cogieron fue hace dos semanas. Malhumor de T, desconcierto de P, que no sabe cómo manejar la situación que se disparó desde que empezó a buscar bareback a espaldas de su pareja.
 Un lunes de mierda. T sale del trabajo, viaja compactado en un vagón de subte, llega a su casa y, una vez más, P no lo está esperando. “¿Qué le pasa a este pibe?”, se pregunta mientras prepara el mate y se mete en Facebook. Todavía siguen los comentarios de sus amigos sobre los hechos violentos y la muerte de tres personas en el Parque Indoamericano; escucha una vez más las declaraciones xenofóbicas de Macri, se indigna y putea en voz alta: “¡Hijo de puta, mentiroso, inescrupuloso!”. Mientras P finge dormir, escucha los gritos de T. “Me descubrió —piensa—. Me olvidé de borrar el historial, seguro leyó mis mensajes... ¡la concha de la lora!” Aunque ya empezaron los días de calor, P no se saca la remera delante de T porque sigue con las tetillas lastimadas desde el encuentro con el francés. Sale de la cama decidido a enfrentar la situación, aunque todavía no sabe qué va a decir.
 “¡Buenas tardes! —lo saluda T sin poder cambiar la cara de culo—. ¡Qué vidurria la tuya!” “¡Cagamos!”, piensa P, mientras que T piensa, arrastrado por el enojo, cuándo laburará este pibe. “Diseñador de páginas web, ¡qué curro!” Según P, con diseñar un par de páginas al mes le alcanza para vivir, pero nunca lo vio laburando. “Ya que tenés tanto tiempo libre, podrías ordenar un poco. ¡Es un quilombo esta casa!”, dice T, y P esconde su sentimiento de culpa, lo mira como diciendo “no rompas las bolas” y respira hondo. “¿Renuevo el mate?”, pregunta. “Dale —contesta T y se queda un rato en silencio—. ¿Viste lo que están haciendo los conspiradores de siempre justo para fin de año? ¡Murieron tres personas!” Le gusta lo que acaba de decir y lo publica en Facebook. “Disculpame, mi amor, las noticias me ponen de mal humor y me la agarro con vos, no me hagas caso. Igual, ya que estamos, decime... ¿qué te pasa que últimamente te encuentro siempre durmiendo? Ya no me esperás con el mate, no me hacés masajes, no cogemos... ¿Tenés algún problema?” P se siente acorralado otra vez. Vacía la yerba en la basura, pone a calentar el agua... “No sé bien, estoy medio deprimido, pero no me preguntes por qué; no lo sé”, dice P con su mejor cara de perturbado y se pregunta cuánto tiempo más podrán seguir conviviendo así. Es verdad que está deprimido y no sabe por qué empezó, por qué la obstinación en salir a coger de trampa y sin forro. ¿Será que el HIV es una barrera que los separa, que quiere infectarse para sentirse más cerca de T y que así T deje de tener miedo de contagiarlo? ¿O será que se le pasó el amor? “Soy una mierda —piensa—, no puedo hacerle esto a T; lo único que quiere es cuidarme.” Está distraído, se le hirvió el agua del mate. Vacía un poco la pava, agrega agua fría y la vuelve a poner en la hornalla.

sábado, diciembre 11, 2010

Beso negro francés

Guachozarpado, el perfil que P abrió solo a escondidas de T, no tenía foto de cara; el de a_pelo tampoco. Cuando P estaba llegando a la esquina donde se habían dado cita, reconoció a B, con quien él y T se habían enfiestado. Antes de llegar a la esquina, desvió el camino y se dio cuenta de que la decisión de abrirse ese perfil para buscar coger sin preservativo era arriesgada. Cuando estaba a punto de darle de baja, se encontró con un mensaje de bareparis, un francés que estaba por cinco días en Buenos Aires. En su perfil había varias fotos, en muchas se le veía la cara, era rubio de ojos celestes, fisicoculturista con los abdominales marcados, buenos brazos, todo el cuerpo cubierto por tatuajes, piercings en las tetillas y un prince albert en el glande, “mi hombre ideal” pensó P. Intercambiaron un par de líneas en el chat, se vieron por cam y, al cabo de una hora, P ya estaba en el hotel. El francés lo recibió con arnés y suspensor de cuero y borceguíes negros. Se veía mejor en persona que en las fotos y por cam. P apenas sabía un par de palabra en francés, y el francés, nada de español, así que no hablaron; apenas P entró en el cuarto, el francés le sacó la ropa, le puso unas muñequeras con ganchos para bondage y lo ató a la cama boca arriba. Se puso unos guantes de cuero y muy experto empezó a trabajarle las tetillas. Estar a disposición de aquel gladiador envolvía a P en un estado de irrealidad, como si estuviera mirando y siendo al mismo tiempo el protagonista de una porno. No podía resistirse, estaba bien inmovilizado; cuando las tetillas le ardieron, empezó a lloriquear. “Salope!”, le gritó el francés y le escupió la cara. Después se le sentó en la pija y lo único que mitigaba el trance de P era la concentración para no acabar enseguida. Lo logró durante un buen rato; el francés arriba haciendo sentadillas y penetrándolo con su punzante mirada azul. P lo llenó con una acabada larguísima; lo que no se esperaba era que aquella cantidad de leche se la iba a tener que tragar; el francés se le sentó en la cara y se la devolvió en la boca con sabor a mierda. Esa parte no le gustó tanto, pero qué más daba, era la mejor cogida de su vida, habría dado mucho más por seguir al lado de aquel macho perfecto que, ahora de pie como un coloso en la cama, lo bañaba de lluvia blanca mientras P acababa por segunda vez, sin tocarse.

 Mientras se vestía, pensaba si habría corrido algún riesgo de contagio, no sabía nada acerca del estado serológico del francés. La leche que había tragado era la propia, ¿se transmitiría alguna peste por la merde? El francés estaba en un estado físico envidiable, no parecía tener problemas de salud, todo lo contrario, era un titán; si lucía tan sano, tuviera lo que tuviera, no había problema, pensó P. De camino a su casa, lo excitó el roce de sus tetillas ardiendo contra la remera. Algo no estaba bien, cuando llegó y se desvistió para bañarse, vio que en las tetillas se le habían hecho cascaritas. ¿Qué pretexto podía inventarle a T?
                                                                                   (continuará)
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viernes, diciembre 10, 2010

Sexo a pelo

Hace ya cuatro meses que P conoció a T. A los dos de haberse conocido, P se mudó al departamento de T y abrieron un perfil juntos, ptpareja, en recon, un sitio de contactos por Internet, orientado a prácticas morbosas y fetiches: uniformes, amos y esclavos, rapados, látex, cuero, bondage, momificación, control de eyaculación, control de respiración, juego con cigarros y una larga fila de etcéteras. Habían acordado coger siempre juntos, ellos dos solos, en tríos o enfiestados con más, pero siempre juntos, era lo más parecido a la fidelidad de lo que T se sentía capaz.
Ante la insistencia de P de coger sin forro, T le pidió que lo acompañara a la consulta con su infectólogo que, cómo suponía T, se opuso: “La carga viral se mide en la sangre –dijo el Dr. R–y no en las secreciones genitales; puede haber diferencias, no es lo mismo la carga viral en el semen que en la sangre. Ese es un primer cuidado. El segundo cuidado es que el hecho de que T, o cualquiera, tenga carga viral no detectable en un momento, no significa que en todo el curso de la evolución de la enfermedad mantenga la misma carga viral, puede haber pequeños escapes de virus y eso no es fácil determinarlo, porque la carga viral se da en un punto determinado y la vida sexual del paciente es continua. Que tenga carga viral indetectable en un momento no significa que se mantenga así siempre. Las medidas de prevención deberían seguir manteniéndose estrictas”.
Desde que salieron del hospital, T se aguanta estoico los berrinches de P, que sigue insistiendo: “No entendés que los médicos van a decir siempre que hay que usar forro para coger y hasta para chupar pija. Hay que ver lo que pasa en la vida real, es una cuestión empírica –y destacaba la palabra “empírica” con el fin de volver su argumento más convincente–. “Yo le hago caso a mi médico” –se limita a contestar T que soporta con paciencia todos los insultos con los que P lo provoca “cagón”, “mariquita” “sos más papista que el Papa”–. Este último es el que más le jode a T, que odia a todos los Papas y al actual mucho más desde que hizo la concesión de aceptar el uso de preservativos sólo si es para coger con putas, ¿habrá sido un pedido de Berlusconi? “Si no te gusta, buscate otro macho, y si es seronegativo, mejor”, le contesta T. Y si está de mejor humor le dice “Callate, puto, si no, te ato y te amordazo”. A eso P no puede resistirse, se calienta y lo sigue puteando para terminar con un plug en el orto, en sesiones de bondage y latigazos que duran horas. Eso relaja a P y se olvida del tema por unas horas.
Sin embargo, hace unos días, P se metió en recon, abrió un perfil solo, guachozarpado, y mandó mensajes a varios perfiles, barebackaction, a_pelo, sexocrudo, y borró el historial antes de que T llegara. Siempre lo espera con el mate preparado, y mientras T ceba, él le hace masajes en los pies y terminan cogiendo, la pasión sigue (o seguía) como cuando recién se conocieron. Pero esa tarde, P dejó el agua caliente en el termo, el mate preparado, se hizo una paja, y se fue a dormir.

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