sábado, enero 23, 2010

Fiebre en la prisión

Siempre hay una primera vez para todo. Recuerdo, por ejemplo, que mi primera relación homosexual la tuve en una cárcel de menores, el Instituto Agote, con quien fuera por aquel momento el director, un novio de mi mamá. Supongo que debe ser una habilidad aprendida con los años, la de poder detectar la homosexualidad en un adolescente asexuado, la de encontrar el momento propicio para hacer una primera insinuación.

R.S. supo aprovechar una buena oportunidad para tener un encuentro a solas conmigo. Yo tenía que sacar la cédula de identidad y él se ofreció a llevarme al Departamento Central de Policía en la calle Moreno, donde tenía un amigo comisario que nos realizaría el trámite sin necesidad de pasar por las tediosas colas que normalmente éste requería.

R.S. pasó a buscarme por mi casa en auto, un Fiat 600 rojo. Fuimos a hacer el trámite de la cédula de identidad, que nos llevaría menos de una hora. Subimos a la oficina de su amigo, que nos acompañó en el recorrido: sacarme la foto, imprimir las huellas digitales en un cartón y llenar un formulario. Una vez que salimos del Departamento de Policía, R.S. y yo subimos nuevamente al auto y él empezó a conducir por diferentes barrios de la ciudad sin rumbo fijo. Caía una suave llovizna. En silencio, R.S., al volante, encendía de vez en cuando los limpiaparabrisas y yo miraba, ensoñado a través de los vidrios salpicados de gotitas, los reflejos violáceos del atardecer sobre el asfalto húmedo. De pronto él sacó de la guantera una revista pornográfica que enseguida tuve entre mis manos mientras él me señalaba una foto en la doble página central, una orgía entre hombres y mujeres, en la que se veía a un hombre cogiéndose a otro. “¿Ves a éste, cómo se coge al amigo?”, me dijo. No necesitó mostrarme muchas más fotos para convencerme de que las relaciones sexuales entre hombres eran algo normal. Mi fantasía ante la apertura sexual que me proponía R. era —y por entonces yo ignoraba que ésta fuera una fantasía común a muchos y un género aparte de películas pornográficas— la de tener relaciones sexuales con los chicos presos en el Instituto Correccional de Menores. Me los imaginaba morochos, musculosos, muertos de calentura en las celdas, cogiéndose entre ellos.

Además del guardia que nos abrió la puerta del correccional, en el lugar parecía no haber nadie. R.S. me llevó a una oficina que según deduje era la de los guardias, porque tras ella seguía, del otro lado de las rejas, un pabellón oscuro en el que yo supuse que estarían las celdas. R.S. estaba vestido de traje y corbata. El, de espaldas a la ventana sentado al escritorio; y yo, en una silla, del otro lado, sentado frente a él, tuvimos una conversación que muy pronto pasó del tema de las notas en el colegio al tema de las chicas. Me preguntó si ya había debutado y le conté mi experiencia con una prostituta en la Isla Maciel, la primera y única relación sexual que yo había tenido hasta el momento. R.S. se levantó de la silla y se acercó a mí. Yo también me levanté. R.S. me abrazó y me dio un beso de lengua, el primer beso de lengua de mi vida. Cuando sentí su lengua dentro de mi boca, me fui en seco, fue una eyaculación de varios segundos que me corría por la pierna y me traspasaba el pantalón Adidas de lycra azul con tres rayas blancas a los costados. Más tarde sentiría que aquella primera relación con un hombre, en la cárcel de menores, había sido en cierto modo ilegítima, puesto que yo no era ni carcelero, ni recluso.

Decía que siempre hay una primera vez para todo y, a pesar de tener ya más de treinta años y a cuestas una vida sexual desenfrenada, viví, hace unos meses, una experiencia nueva. Estaba en la vernissage de una muestra colectiva en la galería Belleza y Felicidad. Sergio de Loof mostraba una colección de postales de su reciente viaje por París, Roma y Florencia. Las obras de Gumier Mayer desplegaban y extendían sus arabescos brazos multicolores para alcanzar la belleza. Por último me llamó la atención la obra de Marcelo Pombo, Fiebre en la prisión: un collage sobre la caja de un video porno llamado así; y antes de seguir debo confesar que, un año atrás, después de haber visto la muestra anterior de Pombo, víctima del erotismo que emanaban aquellos dibujos, tuve durante varios meses fantasías sexuales con él. Con Fiebre en la prisión también me excité, pero esta vez pude acercarme a Marcelo para compartir aquel estado en el que me había puesto su obra. “Esperame un segundo”, me dijo, y al rato llegó con un videocasete. “Esta es la película, te la presto. Mirá que es una obra de arte, por favor, cuidala.” “Por supuesto”, le contesté y, ahora que lo pienso, fui un privilegiado, porque si la película formaba parte de aquella obra de Pombo, yo fui uno de los pocos que pudo ver la obra en su totalidad. Pero en aquel momento lo que más me importaba era que por primera vez en mi vida me sentaba a ver una película porno, solo, en mi casa.

Mi cuerpo ardía, sentado en el sillón, a dos metros del televisor, viendo cómo un guardia se cogía a un preso latino. El guardia era un negro alto, corpulento, dientudo, muy feo de cara. Tenía una pija enorme que nunca llegó a parársele del todo y que —tal vez por un mal ajuste de color en mi televisor—, embutida en el preservativo, se veía de un color amarillo verdoso, para nada excitante. Sin embargo, la película me recordaba a aquella experiencia con R.S. en la cárcel de menores y me excité tanto que tuve que salir a buscar sexo a la calle, desesperado.

Al poco tiempo, mientras preparaba el bolso para ir al entrenamiento de capoeira, arte marcial brasileño que practicaba desde hacía algunos años, Marcelo me llamó por teléfono para ver si podía devolverle la película. Quedamos en que pasaría por su casa antes del entrenamiento, y con el apuro me olvidé de poner en el bolso un slip, fundamental para evitar el bamboleo bajo el pantalón de lycra blanco ceñido en la cintura, obligatorio para el entrenamiento.

El efecto que me había causado Fiebre en la prisión, las veces que la había visto, se apoderaba de mí nuevamente. De camino a lo de Marcelo me repetía mentalmente algunas frases para introducir en la charla y también las posibles respuestas de Marcelo. Imaginé tantas líneas de diálogo como un ajedrecista razona el posible desencadenamiento de su jugada. Las fantasías sexuales con Pombo se multiplicaban mientras pensaba en las distintas variantes de la conversación.

“Cuando salga de acá tengo que ir a capoeira, pero me olvidé el slip. ¿No podrías prestarme uno tuyo?”, fue una las primeras frases que se me habían ocurrido. Después pensé en una más elaborada y menos directa: “Cuando salga de acá tengo que ir a capoeira, pero me olvidé de poner un slip en el bolso y no hago a tiempo a pasar por casa a buscarlo. ¿Podrás prestarme cinco pesos para que me compre uno?”. Concluí que esta última era la más civilizada y que dependería de la respuesta de Marcelo si mi fantasía de tener un slip suyo se concretaba o no.

Aquella tarde, Marcelo me esperaba con té y tarta de frutillas. Por las ventanas del salón, tan en lo alto que sólo permitían ver el cielo, entraban los rayos del atardecer, de una hermosura que me apaciguaba. Sentados a la mesa parecíamos dos monjes conversando en un refectorio. Decidí entonces no ir nada al entrenamiento y quedarme hablando con Marcelo Pombo el tiempo que durara la conversación.

viernes, enero 08, 2010

Periodismo de anticipación

Terremoto orgiástico sacude a la TV argentina

Tinelli se la veía venir, por eso decidió, tarde, travestir su previsible show televisivo en Morfándosela por un sueño donde, en un intento desesperado por evitar el descenso al hoyo negro del olvido, nos muestra una lavada diversidad de utilería. Demasiado tarde. Porque desde su episodio cero, la comedia de enredos gay Amores, amantes y amoríos se impone en el rating y ya es considerada un hito en la historia de la televisión argentina: primero por ser el primer programa de ficción local, cuyos protagonistas son gays y lesbianas; segundo porque es también el primer programa de ficción de la televisión pública que lleva cuatro semanas consecutivas al tope del rating en el prime time.
Inimaginable hace apenas unos meses, el fenómeno puede entenderse como el resultado de una serie de eventos que parecían no tener conexión hasta ahora, cuando confluyen en este gran éxito la recuperación de las transmisiones de fútbol para la televisión pública y, en consecuencia, la importante facturación que las autoridades del canal decidieron destinar en gran parte a la producción de programas de ficción; las recientes leyes que permitieron abolir las diferencias de género que impedían el matrimonio gay y el inesperado efecto rebote que tuvo sobre las parejas más jóvenes de todos los sexos, en su mayoría en contra de la institución matrimonial y a favor de la poligamia y, sobre todo, el fenómeno del fenómeno: la última visita de Ricardo Fort al Dalai Lama, un viaje durante el cual el millonario dice haber tenido una visión: “El futuro es gay”, dijo a Susana Giménez tras su regreso el joven empresario, productor de Amores, amantes y amoríos, durante el tan esperado tête a tête con la diva que, como era de esperar, incendió también las mediciones de teleaudiencia.
Amores, amantes y amoríos, el fenómeno sin parangón que deja al país con la boca y el culo abiertos, tiene por protagonistas a los hermanos Lux, que forman el dúo baladista Fanfarria: Adán (Juan Pablo Malvasio, más conocido como Electrochongo) es un simpático y sensual osito fisicoculturista que se muestra durante el noventa por ciento de las escenas en slip y tiene una gran corte de admiradores y amantes (como escribió Paul Verlaine en su poema "Mille et tre": “incontables amantes, nunca son demasiados”), y su hermana Eva (Dalia Rosetti en su debut como cantante y actriz), cuyo mayor atractivo, además de su extraña belleza, es y será por muchos capítulos uno de los misterios que se revelará hacia el final de la temporada. Desde el primer capítulo vive acompañada por su harem, cinco jóvenes aborígenes de la Amazonia colombiana a las que conoció durante un viaje iniciático; pudimos verlo en el primer episodio, en el que no faltaron las alucinaciones ni los peligros: insectos gigantes de picaduras mortales, caníbales, además de la maravillosa selva.
El cóctel cautivó a la teleaudiencia, que cada vez más vertiginosamente se identifica con los ideales del libre albedrío: las escenas de sexo de altísimo voltaje, los diálogos brillantes y los gags, de una calidad que supera en materia televisiva a todo lo que hemos visto hasta hoy. Con tanto glttb, homosexual, camionera, puto, trola, pervertido y sodomita suelt@, el abanico de recursos humorísticos no tiene fin: desde los artilugios de algunos de los amiguitos de Adán, para usar los maquillajes y vestidos de Eva, hasta los celos entre las chicas del harén, que desatan peleas con patadas, mordiscones y agarradas de los pelos, como en los mejores momentos de los populares Urdapilleta y Tortonese en el Palacio de la Risa. Y no nos olvidemos de las hermosas canciones, como Te siento, lo siento por mí, que sin dudas estará pronto al tope en todos los rankings.

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1158-2009-12-31.html

Sobre Reminiscencia, muestra de Raúl Escari

Escari Monster*

Hace unos días fui a visitar a mi amigo, el escritor y artista conceptual Raúl Escari. Después de fumar un par de porros quiso mostrarme una de las dos obras que conforman Reminiscencia, muestra que ya puede verse en el C. C. Borges (Pabellón Berni): abrió la heladera, donde por lo general no hay más que CocaCola y la cajita del faso, pero que esta vez estaba llena de cuchillos de cocina, algunos de gran tamaño; los dispuso en fila sobre la mesita cuadrada de madera a la que estábamos sentados, todos apuntando hacia mí. Impactado, recordé aquella noche cuando le dije, según él mismo lo cuenta en Dos relatos porteños, que nunca nadie me había chupado tan mal la pija como él. Bajo los efectos paranoicos de la hierba, pensé en el amor no correspondido, muchas veces generador de energías demoníacas que pueden destruir al ser amado, y tuve miedo de que todos aquellos cuchillos, movidos por alguna fuerza sobrenatural al mejor estilo Carrie, se me clavaran en el pecho. Por si acaso, los giré uno por uno en dirección a Escari, que enigmático dijo: “Sí, mejor los guardo. ¡Es muy fuerte!” y los metió en la heladera.
Aliviados los dos, Escari me contó que a la obra, titulada Violencia, le faltaba un detalle: una mancha de pintura roja en la punta de cada cuchillo, y que se trataba de un diálogo con la obra Mancha de Sangre, del artista argentino Ricardo Carreira, un charco de resina de poliéster rojo exhibido por primera vez en 1966, en la muestra colectiva Homenaje a Vietnam.
La otra obra que compone Reminiscencia es un video llamado El fin de la partida, en el que Escari se despide del departamento donde vivió sus últimos años en París, para venir a instalarse definitivamente en Buenos Aires. La muestra se completa con un texto llamado Raúl Escari. Autobiografía XI: Reminiscencia, primorosamente editado por Fernanda Laguna y que ya figura en el catálogo de Belleza y Felicidad. El autor insiste en que debe ser leído antes de la contemplación de sus dos obras.
En la sala contigua, puede verse la muestra del cineasta francés Robinson Savary, donde se presentan dos series de fotografías en blanco y negro: la primera consiste en retratos de los personajes de circo que compuso para su film Bye Bye Blackbird –un enano con aspecto de gigante, un payaso, un jefe indio, una amazona y una trapecista– la segunda, tiene como tema a las travestis de los Bosques de Palermo. Durante la inauguración se produjo un hermoso contraste entre aquellos atemporales retratos y los coloridos atuendos de las diez travestis fotografiadas, que irrumpieron en la muestra encabezadas por Sayuri Tuchía Salazar, una de las modelos y curadora de la exposición. La muestra fue titulada Los raros por sugerencia de Raúl Escari, amigo y vecino de sala de Savary y, sin dudas, el más raro de todos.

* Canción de Súper Siempre (Courtis, Prior, Garamona y Bizzio), dedicada al artista.



http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1139-2009-12-18.html

Entrevista a Osvaldo Sabino

La máquina del placer
Osvaldo Sabino nació en Buenos Aires en 1950 y figuró entre los primeros militantes del Frente de Liberación Homosexual, estuvo desaparecido y luego expatriado en Estados Unidos, donde, además de una importante formación académica, desarrolló una obra en la que conviven el camionero que se inicia en el sadomasoquismo, el taxi-boy que se enamora de un cliente, la loca que va con la tía a la ópera y termina encerrada con un negro en el baño de un restaurante y muchos otros personajes ardientes.

Tus cuentos son todos muy festivos y tienen final feliz.
—Es que llegó un momento en que me saturó la literatura queer que mostraba a los gays sufriendo, víctimas, los gays que terminan muertos por el pecado nefando que cometen. Esa no es mi realidad ni la tuya. Vivimos una realidad muy distinta. ¿Te acordás de la obra The boys in the band? Fue una obra pionera de fines de los ’60 en Estados Unidos. Transcurre en una fiesta de locas, el cumpleaños de uno de ellos. Son todos los estereotipos más horribles que te podés imaginar. Se presentó acá en teatro como El extraño clan y cayó la policía la noche del estreno, se armó un quilombo en el Odeón, la censuraron ahí mismo. Ahí Harold, el personaje que cumple años –que tiene la cara picada de viruela, es feo, tiene todas las contras el pobre– en un momento dice: “Muéstrame un homosexual feliz y te mostraré un cadáver sonriente”. Eso me hizo reaccionar, me puse a pensar en las grandes obras, por ejemplo Las amistades particulares de Roger Peyrefitte, donde el chiquito se suicida, o en Fabrizio Lupo de Carlo Coccioli: después de tragarte una novela larguísima, al personaje lo atropella un camión. Los homosexuales nunca pueden ser felices. Yo vivo bien, estoy cómodo con mi vida. Y me dan miedo los finales tristes, por eso escribo finales felices. Entonces me digo: “¿Qué hago con todo esto?”. Por ejemplo, en el cuento del chico, un menor de edad, con el cura. Yo me revolqué con un cura de pendejo y no tengo ninguna culpa por eso, ni voy a decir que él me violó, los chicos son diabólicos también, mucho cuidado con eso, yo sé que al cura lo provocaba yo, sería muy putito, no sé. El chico del cuento lo provoca al cura, le cuenta sus sueños, le cuenta todo y lo disfruta, y el cura también, tiene un arte tremendo, los dos disfrutan al máximo y el chico queda con un recuerdo maravilloso.

¿El eje en tus cuentos es el disfrute?
—Sí, celebrar dos personas, celebrar dos cuerpos. Cuando salió El juguete erótico, llegué a Madrid y la encontré empapelada con carteles de publicidad del libro de donde tomaron una frase que pongo ahí: “El órgano más erótico del ser humano es la imaginación”. Cuando me preguntan cómo hacés para escribir literatura erótica, digo: “No me toco hasta que no termino el cuento”.

¿Por qué?
—Porque si me hago una paja se me corta toda la inspiración. Yo me recalentaba con esas historias, pero no viví ninguna. A veces, sin darte cuenta, escribís la historia de alguien que conocés. Por ejemplo, tengo un libro, que por ahora no está publicado, donde un personaje que decide salir del armario, le dice a la madre: “¡No me entraba, no me podía entrar en la cabeza que yo era gay!”, y la madre le contesta: “Ven, ven, siéntate. Yo soy una mujer grande, sin instrucción, no estoy preparada como tú, que tienes ya un doctorado, has vivido y viajado por todo el mundo. ¿Cómo no pudiste entender que la homosexualidad no es algo que no tiene que entrarte en la cabeza sino en el culo?”. Y todos me dijeron: “¡Eso es imposible!, ¡un delirio!”. Después que lo escribí, me acordé de que era la historia de un amigo y lo llamé para avisarle.

Todos tus cuentos y poemas los publicaste en España. Antes intentaste publicar acá una novela, La historia de las panteras y algunos animales conversos, y no encontraste editor.
—Acá fue rechazada por todos. Me decían que el tema no interesaba. Salió en España y tuvo muy buenas críticas. Es lo que viví estando desaparecido, uno de mis temas más escabrosos, y acá en Argentina no se me considera porque soy puto.

¿Fuiste detenido por tu militancia en el Frente de Liberación Homosexual?
—Fue por la militancia allí, por haber sido periodista, por mis amistades, por el mundo que yo vivía, por ser un intelectual. Yo estaba en la lista negra.

¿Cuáles eran las actividades del FLH?
—En ese momento, estamos hablando del ’70, lo que queríamos era tratar de insertarnos en algún grupo político y empezar a tener participación. Había pasado Stonewall hacía poco, acá no había nada. El FLH fue el primer movimiento gay latinoamericano. Queríamos sacar una revista, buscar políticos que nos apoyaran, que se reconocieran nuestros derechos.

¿Y consiguieron apoyo?
—Era difícil. En el Partido Comunista nos dieron una oficina, donde decía “Prohibida la entrada” y los miembros del partido no podían entrar.

¡Era como encerrar en el placard a los del FLH!
—Claro. Casi todos los del FLH buscaban insertarse acá y allá, con uno y con otro, eso fue lo que me empezó a molestar, porque era como estar de rodillas. Cuando Perón echó a los montoneros de la plaza, estábamos allí. Habían dicho que nos dejaban marchar y cuando llegamos, todos se mantuvieron a tres metros de nosotros. Realmente no era una aceptación. Y después, Néstor Perlongher, que estaba siempre con la cosa de izquierda y llevaba todo al extremo, espantó a mucha gente.

¿Llevaba todo al extremo de qué manera?
—Se metía en la casa de una pareja de compañeros y la tomaba. Les decía que no tenían derecho a tener su casa. Un día uno le dijo: “Néstor, avisanos, porque nosotros tenemos nuestra vida también”. Y los echó de su propia casa y les pintó las paredes: “Chanchos burgueses”, “Decadentes”, cualquier cosa. Les rompió todo y se fue. Todo tenía que ser de todos. Con Jorge Alonso también, su casa era tomada no sólo para reuniones políticas sino también para fiestas, para culear y para lo que viniera. Hay fiestas que todavía recuerdo vívidamente.

¿Cómo eran?
—Te decían: “Desnudate o no entrás”. Y adentro era un cuarto oscuro, vos no sabías con quién estabas, te fumabas, te dabas con lo que querías, había todo tipo de drogas, en esa época la droga era muy pura. Y no sabías con quién habías tenido sexo ahí. Era una época anterior al sida, donde uno podía tener toda la libertad de todo.

¿Podés adelantarnos algo de las entrevistas a escritores gays en las que estás trabajando?
—Son videos que empecé a grabar en el ’89. Hice entrevistas con Hermes Villordo, Carlos Archidiácono, Abelardo Arias, Carlos Correas, Renato Pellegrini, Ernesto Schoo y José María Borghello, que escribió una de las novelas gays más maravillosas que hay en la Argentina, La plaza de los lirios. De Carlos Correas yo no sabía que iba a ser tan fundamental, que es lo que estamos trabajando más apurado ahora. Carlos Correas era una figura oscura, una figura totalmente tapada, medio olvidada por todos, si no hubiera sido así no sé si hubiera llegado al final que llegó. Y la entrevista es maravillosa. La cita Sebreli en sus memorias porque Correas habla de su romance con él: “Sebreli era mi novia de barrio, hacíamos zaguán con Sebreli, caminábamos por las calles de Constitución...” Una versión muy distinta de la que cuenta Sebreli, eso se va a hacer público en poco tiempo. Y me habló de cosas fascinantes, como del mundo del Parque Retiro, cosa que yo no tenía idea, de las travestis legendarias de esa época. Y me contaba cosas que el camarógrafo, cuando salimos, me decía: “La puta que lo parió, me tengo que ir a hacer una paja, me dejó recaliente. ¡Qué hijo de puta!”. Porque contó cosas muy privadas, muy buenas.

Claro, habría algunos más reservados...
—Sí, les costó mucho a todos, otro de los que se abrió fue Borghelo, fue un triunfo hacerle la entrevista y no sé cómo vamos a editarla porque falló el sonido. A cada rato decía: “Traeme un trago porque me muero, no puedo seguir sin tomar”, y después se hacía la loca, se hacía la Gloria Swanson: “¡Estoy lista, empiece a rodar, Mister DeMille!”.

OSVALDO SABINO ES AUTOR DE LA MAQUINA DEL PLACER Y EL JUGUETE EROTICO, ENTRE OTROS. PARA LEER MAS SOBRE SU OBRA: http://http://OSABINO1.HOMESTEAD.COM

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/soy/1-1117-2009-12-11.html
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